sep.. 10, 2016

Texto

La esquina de una mesa metalica empecinada en enterrarse contra el dorso de mi mano, provocando un moreton; cuando no, la puerta de un horno que - desde su arista interna-, intenta sorprenderme hasta lograr marcar mi brazo o antebrazo (no importa cual, da igual), dejando ya sea una aureola roja;…  o la socarrona ampolla que aparecera al rato, discerniendo si apelo al agua fria o a metodos caseros, para evitar lo inevitable;… la plancha, que me espera –paciente- a la hora de apoyar la pieza de turno, para que se cumpla la simbiosis de su calor y el dorado apetitoso, sabiendo que en mi sistematica paciencia, voy a acariciar su superficie recordandome quien domina a quien; y sin olvidar la mandolina: otra eficiente colaboradora, que apuesta a mi distraccion, para resarcirse con el trofeo de un trozo de mis resignados dedos,…

 Todos ellos conforman, entre otros, esta suerte de bullying que se confabula para hacerme desistir de una de mis mayores pasiones en la vida: la cocina.

Soy testarudo, a pesar de todo,… y no me rindo, aceptando esta clase de masoquismo personal que me carcome, disfrutando todos y cada uno de los retos que mi profesion me plantea como desafio cotidiano.